Correspondencia
Montevideo, 19 de Mayo
de 1972.
Por fin reuní las palabras y el valor suficiente para
escribirte. Es increíble cómo en cuestiones de segundos pueden irse al carajo
siete años de silencio. Planeaba hasta más no poder lo que iba a contarte, pero
sólo bastaba que me sentara frente a la pálida hoja en blanco y mi mente
temblaba, mi corazón se estremecía, mis manos se paralizaban al temor de lo que
podía descubrir al redactarte esta carta. Ahora lo comprendo, memorice tanto mi
argumento que ya no me lo creía. Uno debe desprenderse de lo que siente sin
planes, sin estrategias, sin atajos, ni cronogramas. Uno debe sentir, sentirlo
todo, pero sentirlo bien para luego escupirlo como realmente es: un nudo amargo
de remordimientos y melancolía en la garganta, un decir “todo está bien” con la
boca más no con el alma, es ver por la ventana del autobús como van quedando
atrás todo esos lugares que no pude ir contigo, es todo el vacío que hay en mi
armario sin tu ropa, es la libertad inútil de moverme en la cama sin tocar tu
dulce cuerpo, es la absurda e irremediable costumbre de prepararte el café en
la mañana, sabiendo que hace mucho tiempo te fuiste como se fueron al demonio
todas mis esperanzas. Ahora lo comprendo, Rafael, ahora comprendo cuando me
decías que me estaba yendo, que no era yo la que estaba viviendo contigo, y me
duele hondamente saberlo tan tarde. Sólo espero que en el cielo no te tarde en
llegar esta carta.
Te veré pronto, siempre tuya,
Isabel.
Comentarios