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Correspondencia

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Montevideo,  19 de Mayo de 1972. Por fin reuní  las palabras y el valor suficiente para escribirte. Es increíble cómo en cuestiones de segundos pueden irse al carajo siete años de silencio. Planeaba hasta más no poder lo que iba a contarte, pero sólo bastaba que me sentara frente a la pálida hoja en blanco y mi mente temblaba, mi corazón se estremecía, mis manos se paralizaban al temor de lo que podía descubrir al redactarte esta carta. Ahora lo comprendo, memorice tanto mi argumento que ya no me lo creía. Uno debe desprenderse de lo que siente sin planes, sin estrategias, sin atajos, ni cronogramas. Uno debe sentir, sentirlo todo, pero sentirlo bien para luego escupirlo como realmente es: un nudo amargo de remordimientos y melancolía en la garganta, un decir “todo está bien” con la boca más no con el alma, es ver por la ventana del autobús como van quedando atrás todo esos lugares que no pude ir contigo, es todo el vacío que hay en mi armario sin tu ropa, es la libertad inútil d