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Mostrando entradas de mayo, 2011

Carta a una Mengana.

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    A ti. Ayer recibí tu noticia de que te irías del país. Fingí que no me afecto en lo más mínimo, pero lo cierto era que moría por dentro. Por un momento imagine los días venideros sin verte cuando pasará por la calle Buenavista , donde siempre estabas asomada en tu balcón con una sonrisa que se fundía con la claridad de las mañanas. Recuerdo que siempre pasaba por esa calle sólo para verte allí cual fiel admirador secreto. Cada mañana al salir de mi casa me decía a mi mismo: “Esta vez te invitare a salir”, pero mi cobardía me llevaba seguir de largo en el camino con una tristeza insondable y con la pena de no haberte dicho nada. Recuerdo también cuando te vi llorar por aquel muchacho de mala fama. Te vi y de una forma quise curar tu desdicha con mi mirada. Tú también me miraste y a pesar de las lágrimas fue una mirada dulce que se quedo tatuada en mi memoria por largo tiempo. Pero ahora; ahora es tarde. Tu estas rumbo a irte a otro pueblo, a otras tierras, a otro bal

Bastó...

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Bastó que el silencio hablara, que las palabras se enmudecieran, que nos olvidáramos un poco de cómo estaba el clima, de lo sensual que lucía la luna, de lo desnuda que se veía la noche, de lo que pasaría mañana, pasado mañana y los otros días… Basto que me perdiera en tu risa que el vino tinto nos retara un poco, que la ansiedad y el deseo mordiera mi lengua, que los nervios mojaran mis manos, que me leyeras y te leyera, que me cantaras y yo riera, que mi mano tropezara con tu mano, que tus dedos coquetearan con los míos, que no supiera lo que pasaba, ni lo que pasaría, que tu mirada se mezclara con la mía… Bastó esa idea tonta de besarte y tu sospecha más tonta de que en verdad lo haría Basto que sí, que te besara… que mis labios tropezaran tiernamente con los tuyos, que bordeara sigilosamente mis manos por tus caderas, que esparciera mis caricias en tu cuello y en tu cabello… Basto sobornar tu oreja con un suspiro, que mis besos se p

Domingos

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Es normal que en esos domingos tan ociosos en donde me relajo, en los que me depuro con una taza de café, me entretengo con los quehaceres, y respiro aire fresco; me dé por escribir tonterías en el cielo y me acuerde de las tantas veces en que replicabas con tanta dulzura que quizá yo estaba loco. Y es normal, desde luego que después de eso, estando solo me ría terminando de aceptar así, tu dulce replica de que en verdad si estaba loco. Luego empapo de nuevo la taza con cafeína, y sacudo la cabeza como diciendo: “No, de verdad que parezco loco” Paso la hoja con dos sorbos, escribo mas y mas tonterías, procurando sacarle al hermoso silencio unos cuantos versos de papel. Es normal, también, que después me detenga, estire los huesos, la piel y hasta el alma, me truene los dedos como sacándole mentiras, me quede inmutable y sereno por un momento y sienta de manera muy leve, en un instante fugaz, tan distante del pasado,

Amigo Dios...

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Debí imaginarlo. Todo este revuelo no era más que sólo tu tan esperada visita. No tuve tempo de darme cuenta de lo ocurrido, de ver la hora, elegir la ropa adecuada para la ocasión. Hiciste por mi todos los arreglos. Lo que me extraña mucho, tomando en cuenta nuestra gran amistad, y que por supuesto, me conozcas mejor que nadie, es que me hayas traído con tanto afán y apuro, a una reunión tan forma y aburrida y deprimente. Ni siquiera hay bocadillos, o brandy, o algo de vino tinto. Sólo sirven café,  como si te quisieran mantener despierto por largo rato para ser testigo de de un  concierto de caras fofas y alargadas. Debiste dejarme en paz, y haber venido tu solo a mi entierro, amigo Dios.