Amigo Dios...


Debí imaginarlo. Todo este revuelo no era más que sólo tu tan esperada visita. No tuve tempo de darme cuenta de lo ocurrido, de ver la hora, elegir la ropa adecuada para la ocasión. Hiciste por mi todos los arreglos. Lo que me extraña mucho, tomando en cuenta nuestra gran amistad, y que por supuesto, me conozcas mejor que nadie, es que me hayas traído con tanto afán y apuro, a una reunión tan forma y aburrida y deprimente. Ni siquiera hay bocadillos, o brandy, o algo de vino tinto. Sólo sirven café,  como si te quisieran mantener despierto por largo rato para ser testigo de de un  concierto de caras fofas y alargadas. Debiste dejarme en paz, y haber venido tu solo a mi entierro, amigo Dios.

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