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Mostrando entradas de julio, 2012

Aquella Noche...

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Aquella noche, nuestros cuerpos fueron uno solo. Adentrados, piel con piel en tu habitación, mientras afuera llovía a cántaros sin cesar. El clima era perfecto para recordar que la cama no sólo sirve para dormir. Tu, luciendo mi camisa de botones con sensualidad. Yo, perdiéndome en el vaivén de tus caderas. Afuera el mundo lloraba. Adentro nuestro mundo nacía. Encendimos la hoguera de la pasión al ritmo del calor de las velas. No había espacio, ni tiempo, ni momento para las palabras. Creamos un nuevo idioma a punta de caricias. Afuera un mundo tapado y con tapujos. Aquí, adentro, empapados de amor nuestros cuerpos desnudos. Bendito sea el que hizo el amor, y benditos nosotros que ahora lo rehacemos. Bendita tu piel, y tu muslos, y tu espalda. Bendita la manera en que amarras tu pierna a la mía. Bendita la exactitud de tus pechos. Bendito tu ombligo del que bebo tu deseo. Bendita la curva de tu espalda en la que corren mis dedos. Bendita sea esta cama, estas paredes, este techo, que

Otra vez, Bienvenida.

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Encontré, casi de manera insospechada, un nuevo resurgir de mi alma en el justo momento en el que pasaste por mi camino. Una luz incandescente se hizo presente como la prueba firme de que el milagro se había hecho realidad: Nos habíamos encontrado el uno al otro, intactos e ilesos ante la larga ausencia de nuestros cuerpos. Te reconocí, me reconociste, y sin mediar palabras, me besaste como en acto de bienvenida, aunque ya, en nuestros corazones, yacía la dulce afirmación de que tanto tu boca, como la mía, se habían conocido ya hace mucho tiempo.