ESTAS MANOS QUE GRITAN
III
¡HAY QUE ENSUCIARSE!
¿Y qué haré con tanta paz?
Maldito el momento en que la calma se apodera de mi casa, y
el silencio es un ruido ensordecedor, y mi memoria una videocámara que se
repite una y otra vez, y los recuerdos que habían pasado a mejor vida
resucitan, y el televisor es un revolver que dispara estupideces, y todo lo que
tengo se vuelve nada, y pienso en la tregua que me impuse y quisiera mandarla
al demonio con todo y orgullo, pero, ¿Y tú? ¿Dónde queda la parte donde le das
una patada en el trasero a tu orgullo? y vienes hasta aquí y me das la cara, y
me insultas con todo ese amor que necesito, clavando en mí, como una daga, ese “te
odio” que tú me guardas. Quiero verte, verte de cerca punzando mi esperanza
con ese “no lo intentes”, ese que tanto
practicas para cuando me oponga. Deseo ese caos, esa furia desatada de tus
palabras gélidas y audaces, que la aburrida monotonía de esta irremediable e
inútil tranquilidad. Ellos tienen razón, mejor me emborracho de sexo y de
conversaciones breves y tontas. ¿A quién le interesa leer si te pienso o no te
pienso, o si te extraño o no te extraño, o si soy el mismo mequetrefe que fui
ayer y que de seguro seré mañana? ¡A nadie, maldita sea, a nadie! Tomare en
cuenta el consejo, me iré a beber todo el ron que necesita un miserable para
exorcizar todos sus males. Necesito ensuciarme, atosigarme, pulverizarme de
todas la podredumbre que me escupe la realidad, y mi realidad es ésta: Escribo
para alguien que nunca me leerá. Después de eso, después de eso sólo volveré a
preguntarte: ¿Qué hare con tanta paz?
Comentarios